El siervo de la casa llena

//Pr. Luis A. Núñez\\

Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: —¡Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios! Entonces Jesús le dijo: «Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está preparado”. Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses”. Y otro dijo: “Acabo de casarme y por tanto no puedo ir”. El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos”. Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar”. Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena” (Lucas 14:15-24) 

Es interesante notar que el Señor no compara su reino con un ejército o con una batalla, sino con una fiesta, Él no compara su reino con un valle de sufrimiento, sino con una fiesta y en esta historia Él nos muestra su corazón a través de algunos aspectos.

Quiero que percibas como el Señor de la fiesta expresa un deseo, Él quería que su casa este llena, Él quería ver mucha gente disfrutando del banquete, de la fiesta, ese es el corazón de nuestro Dios. Su Palabra dice que Él desea que ninguno perezca (2 Pedro 3:9), desea que su casa este llena de hijos e hijas que disfruten todo cuanto preparó.

“El Señor no retarda su promesa,  según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros,  no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9) 

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros:  en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él” (1 Juan 4:9)

“De tal manera amó Dios al mundo,  que ha dado a su Hijo unigénito,  para que todo aquel que en él creo  no se pierda,  sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16)

A lo largo de la historia de la humanidad Dios mostró este amor tratando de llenar la tierra de su gloria con hijos e hijas.

El primer intento de Dios 

“En el principio, Dios creó al hombre, lo bendijo y le dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra” (Génesis 1:28)

Dios mandó que fueran fructíferos. Es como si el Señor le dijera a Adán: “Quiero tener hijos. Yo te creé para ser mi hijo. Yo te daré la capacidad de transmitir a tus hijos mi imagen”, pero Adán pecó y no podía transmitir a su descendencia la imagen de Dios, aunque lamentablemente sí su propia imagen caída.

“Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set” (Génesis 5:3)

El hijo de Adán no fue engendrado a semejanza de Dios, fue a semejanza de Adán ¿Por qué? Porque al pecar, Adán perdió la imagen de la gloria de Dios.

“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23)

 

Por eso Dios le había dicho que el día que comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal ciertamente moriría, es decir, quedaría separado de su gloria, la vida de Dios saldría del él.

El segundo intento de Dios 

Antes del diluvio el hombre cayó nuevamente y se corrompió, al punto que Él nos dice que antes de su venida los días serán como los de Noé, una vida completa de desenfreno y humanismo, volcada a la búsqueda si mismo y sin tomar a Dios en serio. En el tiempo de Noé Dios tuvo que enviar su juicio para destrucción de toda esa generación. Después del diluvio, sin embargo, Dios permitió un segundo comienzo. El primer comienzo fue con Adán, el segundo fue con Noé.

“Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: “Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra” (Génesis 9:1) 

Dios no cambia, sus propósitos, planes y pensamientos siguen siendo los mismos a través de la eternidad. Lo que se dijo a Adán, también se lo dijo a Noé porque Dios no cambia sus propósitos. Hoy, Dios nos dice lo mismo, Dios nunca ha cambiado lo que tiene en su corazón. Anteriormente, vimos que sus primeras palabras mostraron su corazón y aquí una vez más vemos que el propósito se vuelve a mencionar. Lamentablemente la generación de Noé no respondió de manera correcta a Dios. Siguiendo la historia de las generaciones, llegamos a la Torre de Babel, en Génesis 11. Dios dijo: “Fructificad y multiplicaos y llenad la tierra”,  sin embargo, nos encontramos con los hombres de Babel, haciendo algo contrario al propósito de Dios, fueron contra la determinación de Dios y dijeron entre sí:

“Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:4)

El tercer intento de Dios

El primer comienzo de Dios fue con Adán y él cayó. El segundo fue con Noé y este se estorbó por causa de Babel y ahora, Dios llama a Abraham diciendo:

“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3)

Dios le dice a Abraham lo mismo que le dijo a Adán y Noé, solo que con otras palabras. Él sabía que el ser una bendición para toda la tierra suponía tener hijos. El nombre Abram significa “padre exaltado”, pero luego recibió el nombre de Abraham, que significa “padre de multitudes”. El que está llamado a ser el padre de naciones, obviamente, necesita tener muchos hijos. Al darle un nombre, Dios le reveló a Abraham su corazón, lo que estaba en su mente. Era como si Dios dijera: “Abraham, te he llamado a ser padre. No te he llamado a hacer cualquier cosa, solo que fructifiques”.

¿Qué hizo Abraham en su vida? Seamos claros, no hizo nada, entonces ¿Cómo Abraham bendeciría a las familias de la tierra? ¿Realizando obras extraordinarias? ¿Haciendo algo? La única manera era tener hijos. Por lo tanto, la orden de tener hijos fue dada a Adán en el Jardín del Edén (Génesis 1), a Noé (Génesis 9) y a Abraham (Génesis 12) y hoy es la misma que recibimos nosotros. Dios quiere lo mismo, no ha cambiado, sigue queriendo tener hijos conforme a su imagen y Abraham lo sabía. Es el mismo principio que vemos hoy en la Iglesia. Dios no nos ha llamado a hacer cosas, sino a tener hijos.

El centro de nuestro encargo es engendrar hijos para Dios como ministros de la reconciliación (2 corintios 5:18). Los hijos son nuestra gloria y nuestra alabanza, ellos son los que nos motivan, un hijo que apunta a la eternidad.

Hagamos todo lo que está en nuestras manos para convencer a los que no creen, para convencer a los que dudan del amor de Dios, prediquemos a tiempo y fuera de tiempo y que este 2023 la casa este llena, las células estén llenas, porque el Señor de la fiesta preparó y culminó todo para que disfrutemos y vivamos una vida de victoria.

Características del siervo 

  1. Encargo

Un siervo sabe lo que desea su Señor, sabe que su Señor quiere la casa llena, así que él se identifica con ese deseo y lo asume como un encargo. Un siervo no está preocupado con el arduo trabajo, él se identifica con el deseo de su Señor. Recordemos que todavía hay espacio más personas, no desistiremos de nadie, no podemos parar.

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:18-20)

  1. Mensajero de la gracia

Somos predicadores de la obra consumada. Jesús dijo en la cruz: “todo está consumado”. La obra de Cristo dejó todo listo, su gracia ganó todo por nosotros, todo es gracia y favor.

“¡Venid,  todos los sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche!           (Isaías 55:1)

Jesús dijo que quien bebe de Él no tendrá sed jamás. 

“Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14)

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35) 

“Cuando Jehová,  tu Dios,  te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham,  Isaac y Jacob que te daría,  en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes,  las cuales tú no llenaste,  con cisternas cavadas,  que tú no cavaste,  y viñas y olivares que no plantaste,  luego que comas y te sacies” (Deuteronomio 6:10-11)

  1. Toma a Dios en serio

Mateo 28:19 dice: “Id y haced discípulos”, esta no es una opción, es un mandato.

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