//Pr. Eliud Cervantes\\
Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. Lc 14:15-24
La primera cosa que vemos en esta parábola es que un cierto hombre hizo una gran fiesta. Las invitaciones no fueron vendidas. En la toma de mando de la presidencia de los Estados Unidos muchas fiestas se dan, pero aparte de ser invitado tú necesitas pagar muy caro para participar. Pero no es así en la fiesta hecha por el Señor.
Hoy en día es común que nos inviten para una fiesta en un restaurante y tú pagas la cuenta. Si tú recibes una invitación así ciertamente la persona no es tu amiga. Cuando somos invitados para una cena ciertamente no esperamos pagar. Si somos invitados no necesitamos llevar nuestra propia comida y bebida. Si Dios nos invita él provee todas las cosas.
Una gran cena
La cena es grande por causa del precio que costó. Si Dios dijo que es una gran cena, puedes tener seguridad que será una fiesta como ninguna otra. El Señor dijo que aquel que va a Él nunca tendrá hambre.
Dios mismo está dando la fiesta y entonces envió sus siervos para llamar a los invitados y decir: “Venid, que ya todo está preparado”.
La invitación
La invitación es hecha en la hora de la cena (v.17). La cena se refiere a la Cena del Señor. Una cena es servida siempre en la noche, por eso, es por medio de ella que somos fortalecidos para enfrentar las horas más oscuras.
Los siervos salen para invitar porque todo ya está listo para la fiesta. Nadie es invitado para traer algo, para dar algo, pues todo ya está provisto. Todos son invitados para venir y recibir. Tú no fuiste invitado para traer algo para el Señor, sino para recibir y disfrutar de la fiesta. No fuiste invitado para dar, sino para recibir. No fuiste invitado para traer, sino para disfrutar.
Todas las cosas están listas. La salvación está lista. La justificación por la fe está lista. La paz ya está disponible. La salud es apenas una migaja, pero el pan entero está sobre la mesa a nuestra disposición (Mt 15:27-28). El vino nuevo del deleite puede ser tomado y el aceite de la alegría ya está servido. Los siervos dicen: “¡todas las cosas ya están listas, vengan a la gran Cena!”
La Cena no estará lista en el futuro, sino ya está lista hoy. La obra fue terminada y consumada. Hoy el Señor nos invita, no nos fuerza a ninguna cosa.
Tal vez ése sea el cuadro más bonito de evangelismo en el Nuevo Testamento. No salimos a condenar a alguien, sino a invitarlos a una fiesta. Nosotros estamos felices y animados con la fiesta y salimos para contar a los demás que ellos también fueron invitados.
Pero los invitados comienzan a excusarse y rechazar la invitación. El primero se disculpó diciendo que había comprado un campo y necesitaba verlo. ¿Quién compra un terreno y lo ve después? Es mentira. Estaba apenas rechazando la fiesta.
El segundo invitado dijo que había comprado cinco yuntas de bueyes y necesitaba probarlas. ¿Quién compra un carro y luego recién lo prueba? Es una disculpa terrible.
El tercero dijo: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.” Tal vez pienses que la luna de miel sea una buena disculpa, pero no lo es. Todo depende de quién está invitando. Dependiendo de quién te está invitando hasta cambias la fecha de matrimonio.
La ira del Señor
Los siervos volvieron y narraron al Señor todas las disculpas. Entonces el Señor se enojó. Tú necesitas entender lo que hace que el Señor se enoje. En el Antiguo Pacto el hombre tenía que relacionarse con Dios por medio de la obediencia a los mandamientos. En aquel tiempo ignorar la ley atraía la ira de Dios. Pero hoy en el Nuevo Testamento lo que despierta el enojo es cuando el hombre rechaza la bondad de Dios, cuando las personas se rehúsan a recibir lo que Dios, lleno de gracia, les está dando.
La casa llena
El Señor entonces ordena que los siervos salgan por las plazas y las calles de la ciudad y traigan a los pobres, a los mancos, los ciegos y los cojos a la cena.
Los pobres siempre se alegran cuando son invitados para una fiesta. Puedes tener seguridad que ellos aceptan la invitación.
Los mancos, los ciegos y cojos nunca son recordados porque ellos solos nunca encontrarían el camino en su ceguera y nunca llegarían a la fiesta, pues son mancos, pero ellos tienen un lugar en la gran cena. ¿Quiénes son esas personas que el Señor mandó que invitemos? Ten en mente eso cuando des la invitación a alguien.
En términos espirituales todos éramos ciegos o mancos y cojos, pero cuando comemos del pan de la fiesta somos sanados. Sin embargo, aquel que se cree rico no quiere ir a la fiesta. Aquel que piensa que su caminar es perfecto y sin pecado no acepta la invitación. Aquel que presume que puede ver todas las cosas en su sabiduría humana está perdiendo la más grande de todas las fiestas.
Los siervos dicen al Señor que la casa estaba llena, pero aún había lugar. Claro que había lugar, pues siempre hay un lugar para aquel que acepta la invitación y desea participar de la fiesta.
El Señor entonces manda que los siervos salgan por los caminos y los vallados y obliguen a todos a entrar para que la casa esté llena. Para aquellos que no tienen una visión de una iglesia grande, tienen que saber que la voluntad del Señor es que la casa esté llena. La venida del reino depende de que la casa se llene.
La palabra “fuérzalos” parece fuerte, pero la verdad la gracia del Señor nos constriñe. Somos tan ricamente bendecidos que no tenemos otra opción si no aceptar su invitación. Sea como fuese que Él nos obliga, eso es hecho por medio de su amor y gracia.
Es un hecho que algunos vienen por el dolor mientras que otros vienen por el amor. Pero al final no es el Señor que produce el dolor, sin embargo, Él envía a sus siervos para sanar el dolor que otros causaron. Solo el amor es irresistible, no el dolor.
El placer del pecado puede satisfacer por un momento, pero la cena del Rey satisface para siempre. Aquel que viene a mí nunca tendrá hambre y aquel que cree en mí nunca tendrá sed, dijo Jesús.
La mesa del Rey
Un cuadro maravillo de la fiesta del Rey está descrito en 2Sm 9. Allí leemos la historia de David y Mefiboset.
Después de años como fugitivo siendo perseguido como un criminal, ahora David fue ungido rey sobre el trono de Israel. Saúl, aquel que lo había perseguido, ahora estaba muerto.
David había hecho un pacto de sangre con Jonatán, hijo de Saúl, lo que significaba que todo lo que pertenecía a David era de Jonatán y todo lo que pertenecía a Jonatán era de David. Eran compañeros de pacto.
“Cierto día, David dijo: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?” (2Sm 9:1).
Hoy en día en Israel, los judíos cristianos mesiánicos usan el Nuevo Testamento en Hebreo. En ella la palabra gracia es “heced”, la misma palabra usada aquí por David. David se recordó del pacto y por eso quería usar de misericordia y gracia.
En esa historia David representa a Dios, Jonatán representa a Cristo y la casa de Saúl a la humanidad caída. Siempre que Dios Padre se recuerda del pacto de Cristo, Él quiere ser misericordioso con nosotros. El nombre Jonatán significa “don de Dios” lo que nos dice que Cristo nos fue dado por el Padre.
Nos hemos acostumbrado a pensar que el pacto de Dios es con nosotros, pero no es tan cierto eso, el pacto es entre el Padre y el Hijo. Si fuese con nosotros la hubiéramos roto antes que termine el día. El Nuevo Pacto es el cumplimiento del Pacto Abrahámico y en aquel pacto tenemos un cuadro precioso. En el día en que hizo el pacto con Abrahán, Dios lo hizo dormir y en medio de la noche un horno y una antorcha hacían el pacto. Era el Padre y el Hijo sellando el pacto de la redención.
“Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.” Gn 15:17
¿Pero Dios no hizo un pacto con el hombre? Sí, pero con el hombre perfecto, Cristo. Todos nosotros tenemos un pacto con Dios apenas en Cristo.
De esta forma, David representando al Padre y Jonatán, el don de Dios, representando a la casa de Saúl, o sea, al hombre caído, están en pacto. Jonatán murió y David viendo la señal del pacto en su puño decide ser misericordioso con la casa de Saúl, la humanidad caída.
“…Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies. Entonces el rey le preguntó: ¿Dónde está? Y Siba respondió al rey: He aquí, está en casa de Maquir hijo de Amiel, en Lodebar.” 2Sm 9:3-4
Cuando Saúl murió en el monte de Gilboa, toda su familia concluyó que ahora David los iba a matar. La nana de Mefiboset decidió correr con él para huir, pero al correr ella se cayó y en la caída le rompió los pies y se quedó lisiado.
“Y Jonatán hijo de Saúl tenía un hijo lisiado de los pies. Tenía cinco años de edad cuando llegó de Jezreel la noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán, y su nodriza le tomó y huyó; y mientras iba huyendo apresuradamente, se le cayó el niño y quedó cojo. Su nombre era Mefi-boset.” 2Sm 4:4
Todos los hombres cayeron en el pecado y hoy son lisiados e incapaces de andar recto delante de Dios. Pero el corazón del Señor es misericordioso con nosotros.
Mefiboset vivía en Lodebar, que significa “sin pasto”. Él vivía en un desierto sin alimento. Es así el hombre sin Dios, vive en sequedad sin probar del alimento de la palabra de Dios, sin participar de la mesa del Rey.
Un día los soldados de David lo buscan y ciertamente él se estremece y piensa que era su fin. Cuando él se presenta al rey la primera cosa que David le dice fue: “No tengas temor”. Esa es la primera palabra de Dios para el pecador: “No debes temer”.
David le dice a Mefiboset: “yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre”. Dios Padre nos da su gracia sobre nosotros por causa de Cristo.
Después él añade: “y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa”. Mefiboset vivía en un lugar sin pan y en completa miseria; pero David le dio todo lo que Saúl poseía. Saúl era el rey, ¿tienes idea de cuan rico era? En un instante toda su riqueza le fue restituida.
Y para completar Mefibosset ahora comerá el pan todos los días en la mesa del Rey. Mefiboset era lisiado, sus pasos no eran perfectos, pero sentado con el rey su condición era cubierta. Aun después de salvo, tus pasos no son perfectos, pero tú estás sentado en la mesa delante del Rey. Estando en la mesa, el rey no ve tus pasos, apenas coma del pan, pues mientras tú te alimentas eras transformado y fortalecido. Sentado con Cristo tú te olvidas de tu caminar y puedes disfrutar de la perfecta comunión.
Pero, ¿entonces no tengo que traer mi obediencia y santidad al rey antes que él me acepte en su mesa? Tú fuiste invitado a una fiesta donde todo ya fue provisto. Tú no traes nada, tú solo recibes. Lo que Dios espera es que tú aceptes la invitación. Esa es tu parte, aceptar la inmensa gracia que te fue ofrecida.
Cuando estamos delante de la mesa del Señor la orden es que nos recordemos de él, la cena es en memoria de él y no para que recuerdes tu pasado.
¿Cuál fue la respuesta de Mefiboset? “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” Antes tal vez él pensaba que era el verdadero heredero del trono. Él es que merecía tener el lugar del rey, tal vez haya planificado una guerra contra David y debe haber hablado muchas cosas malas de él; pero delante de tanta misericordia del rey, su corazón fue quebrantado. Es la bondad del rey que nos conduce al arrepentimiento.
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” Ro 2:4