Las dos venidas de Jesús

//Pr. Luis A. Núñez\\

La venida del Señor Jesús comprende dos etapas, la primera venida del Mesías fue cuando el verbo se hizo carne, cuando vino a este mundo para morir por nosotros y la segunda venida todos nosotros la estamos esperando. Esta segunda venida tendrá dos fases, una que llegará hasta las nubes donde se producirá el arrebatamiento de los vencedores y la segunda fase, cuando venga para reinar, allí se sentará en el trono de David (Mateo 25:34, Lucas 1:32-33). En resumen, en la primera venida vino para salvarnos y en la segunda venida vendrá para reinar.

Es interesante, porque para que Cristo venga por primera vez se necesitaba preparar el surgimiento de un pueblo en el que nacería el Salvador y por el cual todas las familias de la tierra serían benditas y esto solo fue posible a través de la respuesta de fe de un hombre llamado Abraham, un hombre sin ninguna capacidad natural para procrear. Los dos primeros intentos de Dios de llenar la tierra con hijos e hijas fue con hombres (Adán y Noe), ambos tenían la capacidad natural de engendrar hijos, pero ambos intentos fallaron, es así que el tercer intento sería basado en la incapacidad, basado solo en la respuesta de fe. Hoy la obra de Dios está basada en nuestra incapacidad, está basada solo en la fe. Todo comenzaría con una respuesta de fe, Dios quiso que fuera así. 

¡Es impresionante! ambas venidas de nuestro Señor responderían a la respuesta de fe de dos mujeres. Dios quiso que fuera así, que sus dos venidas estén relacionadas a respuestas frente a un llamado, frente a un deseo. Las respuestas de fe a un llamado determinan el cumplimiento de sus palabras, respuestas de fe a un llamado definen futuros celestiales, respuestas a un deseo de Dios cambian destinos ¡Aleluya!

Primera venida del Señor ¡Bienaventurada la que creyó!

El ángel le anunció a María que sería la madre del Mesías, que abría una intervención celestial. Algunos dicen que ella tenía 15 años en este momento, si es asi, estamos hablando de una fase llena de incertidumbre, una fase de temores, de miedos, etc. La Biblia nos muestra que Ella de primera instancia no cree, está confundida, tiene miedo, no comprende que está pasando, pide una explicación y el ángel le dice que observe como su prima Elisabet también experimentó un milagro, ella era estéril, pero Dios hizo un milagro, entonces María da la respuesta que todo el cielo esperaba.

“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lucas 1:38)

Ella inmediatamente va a las montañas a visitar a su prima, ella recibe una revelación y le dice a María:

“Bienaventurada la que creyó,  porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor”  (Lucas 1:45)

¡Aleluya! La respuesta de fe a un llamado de Dios definirá el cumplimiento de sus palabras. Mujer de Dios, déjame decirte: Bienaventurada tú que creíste, porque por tu creer Dios cumplió su palabra, que millares de niños vendrían a Él. Bienaventurados todos, porque creyeron y por vuestra fe Dios cumplió su promesa, una casa llena.

Recuerda, no fuiste llamada o llamado por tus capacidades o potencialidades, contrariamente Dios te llama a lo que naturalmente no podrías hacer, para que creas que en Él todo lo podemos.

Segunda venida del Señor ¡Creyeron en la herencia! “Luego vinieron las hijas de Zelofehad, hijo de Hefer, hijo de Galaad, hijo de Maquir, hijo de Manasés, entre las familias de Manasés, hijo de José. Estos son los nombres de sus hijas: Macla, Noa, Hoglah, Milca y Tirza. Se pararon ante Moisés, y ante el sacerdote Eleazar, y ante los príncipes, y ante todo el pueblo, a la puerta del tabernáculo de la congregación, diciendo: Nuestro padre murió en el desierto, y no estaba entre los que se reunieron contra ellos. Jehová en el grupo de Coré; pero él murió en su propio pecado y no tuvo hijos. ¿Por qué se debe sacar el nombre de nuestro padre de su familia porque no tenía hijos? Danos posesión entre los hermanos de nuestro padre. Moisés llevó su causa ante el Señor. Y el Señor dijo a Moisés: Las hijas de Zelofehad hablan justicia; Seguramente les darás una posesión de herencia entre los hermanos de su padre, y harás que hereden la herencia de su padre. Y hablarás a los hijos de Israel, diciendo: Cuando un hombre muera y no tenga hijo, harás que su herencia pase a su hija. Y si no tiene hija, dará su herencia a sus hermanos. Pero si no tiene hermanos, le darás su herencia a los hermanos de su padre. Si tu padre tampoco tiene hermanos, darás tu herencia al pariente más cercano de tu familia, para que la tenga; Esta será una prescripción apropiada para los hijos de Israel, como el Señor le ordenó a Moisés” (Números 27: 1-11)                  Las hijas de Zelofehad que eran de la tribu de Manasés no tenían hijos varones, pero querían recibir la herencia, solo que en aquellos días solo los hombres recibían la herencia. Ellas no tenían hermanos, pero ellas querían recibir la herencia, desearon la herencia y no se resignaron. Ellas apelan con valentía, con coraje, contra todo pronóstico, porque deseaban aquella herencia. Es importante recordar que aun no habían entrado en Canaán, pero ellas, por la fe, están anticipando la conquista de la tierra prometida y quieren conservar la porción que correspondería a su familia.                 Por causa de ese pedido, de deseo que expresó pasión por algo, el Señor modifica la ley y lo que estaba prohibido. La fe trasciende a la ley y llega al corazón de Dios. Entonces se establece una nueva ley: si un hombre muriera sin hijos, entonces la herencia sería dada a las hijas o a la hija. Observa algo, la pasión de alguien por la herencia de Dios puede ir aún más lejos, veamos: El último rey de Judá fue Jeconías (Joaquín) (2 Reyes 25:27-30). Era un rey tan malvado que Dios pronunció una sentencia sobre él.  

“¡Tierra, tierra, tierra! oye palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá” (Jeremías 22:29)                El Señor dice que ningún descendiente de Jeconías se sentaría en el trono de David, pero el Señor había dicho que el trono de David sería eterno. Hoy el Señor Jesús está sentado a la diestra del trono de Dios. Este trono no es el trono de David, pero regresará para sentarse en el trono de David. Desde los días de Jeconías hasta el día de hoy no hay reyes en Israel. Hay dos genealogías de Jesús en los evangelios, una está en Mateo y otra está en Lucas. La genealogía de Mateo es la genealogía de Jesús en la línea de José, a través de Salomón como descendiente de David y la genealogía de Lucas es la que describe la genealogía de Jesús en la línea de María a través de Natán hijo de David. Por ambas líneas Jesús sería naturalmente descendiente de David, con derecho a sentarse en el trono de David, pero por la línea de José pesaba la maldición de Jeconías, que indicaba que ningún descendiente de él se sentaría en el trono de David, pero por la línea de María si es posible y esto porque un día, unas muchachas no dejaron de desear la herencia y lucharon por ella. Si eso no hubiera acontecido Jesús no podría reclamar la herencia del trono cuando venga, un deseo de herencia abrió la puerta para el cumplimiento del propósito.                 Ningún judío hoy puede reclamar el trono de David o su linaje real. En el año 70 D.C. todos los registros genealógicos fueron destruidos por los romanos cuando incendiaron Jerusalén. La única genealogía conservada está escrita en las páginas del Evangelio. Entonces cuando el Señor regrese, puede reclamar el trono porque está demostrado su linaje.

Tenemos muchas luchas, muchos obstáculos, muchas adversidades y todas nos pueden invitar a no desear nuestra herencia, a renunciar a ella o pasar a ser indiferente, pero no podemos caer en esa terrible tentación, sobre todo debemos desear nuestra herencia, una herencia no solo ligada a nuestro futuro, sino quien sabe, a la historia de toda una generación, una herencia de vida abundante.

Todas las voces pueden decir ¡Cállate! como los discípulos ante el ciego Bartimeo (Marcos 10:46-52), pero como este ciego, no te calles, sino grita aun más fuerte, grita por tu herencia, llénate de pasión por el llamado de Dios en tu vida. Solo recuerda que una respuesta tuya puede definir el cumplimiento de sus palabras o puede definir el destino de personas, de niños y de familias ¡Aleluya!.     

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