//Pr. Eliud Cervantes\\

Dios ha derramado sus dones sobre el creyente
La Palabra de Dios nos muestra que en él momento que entregamos nuestras vidas a Cristo, asumimos una identidad completamente nueva. Lo viejo ya pasó y llegó lo nuevo (2Co 5:17). Ya no somos definidos por nuestra debilidad, el fracaso ni la carencia, sino por todo lo que Jesús logró por nosotros en el Calvario, por todas esas bendiciones. Isaías nos dice que nuestro Padre nos viste con un manto de justicia, lo que representa la nueva posición que tenemos ante Él.
“En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” (Isaías 61:10)
Junto con esta nueva identidad, Dios, en su gracia, otorga a su pueblo dones que antes no poseían. Estos se imparten por medio del Espíritu y siempre por gracia, y cada don tiene como propósito bendecir el cuerpo de Cristo y glorificar a Jesús.
El favor también es un don que viene sobre nosotros porque somos justos. En el Antiguo Testamento, vemos cómo el favor de Dios distinguía a su pueblo. Ester halló favor ante el rey, lo que condujo a la liberación de Israel. José halló favor incluso siendo esclavo y prisionero, alcanzando una posición de influencia y provisión. Rut fue guiada por el favor al campo de Booz, una disposición divina que trajo redención. De la misma manera, el creyente de hoy está rodeado de favor como un escudo (Salmo 5:12).
“Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; Como con un escudo lo rodearás de tu favor”
Este favor también nos coloca en el lugar correcto en el momento oportuno. Lo que puede parecer coincidencia, a menudo es una orquestación divina. Hoy, como hijos de Dios, podemos vivir seguros en la realidad de que nuestro Padre celestial nos provee abundantemente.
Los dones de Dios lo recibimos por la fe
Debemos recordar que el evangelio no se trata de lo que hacemos, sino de lo que Jesús ya hizo. Pablo escribió en 2 Corintios 4:3-4:
“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”
El enemigo se esfuerza por mantener a la gente en la oscuridad porque sabe que una vez que vean la verdad, serán libres. Desde el principio, la táctica del diablo ha sido la sutileza. En el jardín, Dios les había dado a Adán y Eva libre acceso a todos los árboles menos uno. Sin embargo, la serpiente transformó la generosidad de Dios en una restricción: “¿Conque Dios os ha dicho: ‘No comáis de todo árbol del jardín’?” (Génesis 3:1). Al desviar el enfoque de la abundancia a la escasez, sembró la duda sobre la bondad de Dios.
La misma estrategia se sigue utilizando hoy. El enemigo toma el evangelio de la gracia e intenta añadir condiciones, convirtiendo la fe en esfuerzo y el don en salario.
Entonces, ¿cómo recibimos realmente los dones y las bendiciones que el Señor dio al morir? Los recibimos por fe. A veces la respuesta o el gran avance no aparece de inmediato. Eso no significa que Dios lo haya retenido. La fe sigue confiando en la Palabra de Dios, incluso antes de que la evidencia sea visible. Al seguir escuchando y alimentándonos de la Palabra, nuestra mente se renueva, nuestra perspectiva cambia y nuestro corazón se fortalece para creer. Con el tiempo, esta renovación nos lleva al gran avance que hemos estado esperando en Él.
La vida de un creyente que ha recibido el don de la justicia
Un ejemplo claro de alguien que recibió el don de justicia de Dios es la vida de Abraham. Él no era un hombre perfecto, pero las Escrituras nunca registran que Dios lo reprendiera ni lo condenara. En cambio, fue tratado como justo porque creyó en las promesas de Dios (Romanos 4:1-3). Este pasaje nos muestra que Abraham fue justificado no por obras, sino por creer. Su justicia no fue resultado de sus acciones, sino de su fe.
En el camino, hubo retrasos, decepciones y circunstancias frustrantes. Durante años, Abraham y Sara enfrentaron la devastación de la esterilidad. Sin embargo, en esos momentos, Dios los entrenó y fortaleció en la fe.
Al final de su vida, la Biblia dice que el Señor bendijo a Abraham en todo (Génesis 24:1). Anteriormente en su viaje, se le describe como muy rico en ganado, plata y oro (Génesis 13:2). Y Romanos 4:19 nos dice que Dios incluso rejuveneció su juventud, pues Abraham no consideró su propio cuerpo, que entonces estaba prácticamente muerto, sino que consideró lo que Dios le había dicho. Sara también recibió fuerza para concebir porque creyó fiel a quien lo había prometido (Hebreos 11:11). Cuando recibimos el don de la justicia de Dios, él nos ve como justos, y todas las bendiciones que pertenecen a los justos se convierten en nuestras.
La historia de Abraham nos asegura que, aunque el avance se retrase, la fe nunca se desperdicia. Mientras sigamos creyendo, Dios es fiel en cumplir su palabra. La misma justicia que Abraham recibió por fe nos ha sido acreditada, y con ella viene la bendición de vivir en el favor de Dios, su provisión y renovadas fuerzas (Romanos 4:22-24, 5:17).
¡Disfruta de los dones que has recibido en Cristo!
La vida cristiana comienza y continúa con el recibir. Toda bendición —justicia, paz, salud, favor, provisión, incluso nuevas fuerzas— es un regalo. Nada de esto se puede ganar. Todo se da gratuitamente por causa de Jesús.
La manera de recibir las bendiciones es por fe. Aun cuando el avance parezca demorado, la fe sigue alimentándose de la Palabra, permitiendo que el Espíritu renueve nuestra mente hasta que nuestro corazón esté alineado con las promesas de Dios. Es entonces cuando caminaremos en el cumplimiento de lo que ya tenemos en Cristo.
Al final, la respuesta correcta a un regalo es simplemente recibirlo con gratitud. Cuando alguien te da un regalo, lo más natural es sonreír y decir “gracias”. Imagina si intentaras devolverlo; sería un insulto. La alegría del que da reside en ver que alguien disfruta del regalo.
Lo mismo ocurre con nuestro Padre celestial. Él no nos da dones para que nos esforcemos por retribuirlo ni para que vivamos con el temor de perderlos. Nos los da porque nos ama y se deleita en vernos vivir en ellos. Lo honramos no intentando ganarnos sus dones, sino usándolos, disfrutándolos y viviendo con confianza en ellos. Así que vístete con confianza en el manto de la justicia y camina con valentía en los dones de tu Padre. Descansa en su paz que sobrepasa todo entendimiento y espera que su favor te rodee como un escudo. ¡Aleluya!