//Pr. Eliud Cervantes\\
Somos aceptos en el Amado por nuestro Padre
“para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6)
Estudios han demostrado que en el corazón de todo niño hay un clamor por la aprobación de su padre. Algo sucede cuando un padre le dice a su hijo: “Papá está tan orgulloso de ti”. O cuando un padre le dice a su hija: “Siempre serás la niña favorita de papá”.
Puedes ver un momento especial similar a este en la Biblia cuando Dios el Padre mostró Su aprobación por Su Hijo diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). La Biblia nos muestra que el ministerio de Jesús comenzó con la aprobación del Padre, aún antes de que él hubiera hecho cualquier milagro.
Ahora, tú puedes pensar que Dios naturalmente diría eso de Jesús, pero no de nosotros. Querido hermano, la verdad es que Jesús vino por nosotros y en vez de nosotros. Él murió por nosotros y en vez de nosotros. Él recibió la aprobación del Padre por nosotros y en lugar de nosotros. Él vino como nuestro representante. Y si eso no fuera suficiente, Dios nos dice en su Palabra que somos “aceptos en el Amado”.
¿Por qué Dios dijo específicamente que somos “aceptos en el Amado” y no simplemente “aceptos en Cristo”? Creo que es porque Él está llamándonos a recordar lo que sucedió en el río Jordán, donde dijo: “Este es mi Hijo Amado, en quien tengo complacencia”. Dios quiere que sepamos que somos Sus amados y que Él está muy complacido con nosotros.
Dios nos ve como Sus amados porque Él nos ha hecho aceptos en el Amado. Él quiere que despertemos todos los días sabiendo que somos Sus amados, que somos incondicionalmente amados y totalmente aprobados.
Mientras más sepamos cuán amados y atesorados somos para Dios, más podemos tener la expectativa de que sucederán cosas buenas en nuestras vidas. Podemos esperar estar sanos y plenos. Cuando nos damos cuenta de que somos el objeto del amor de Dios, tendremos la confianza de que ganaremos todas las batallas de la vida. Así es, querido Radical Libre, como tu Padre celestial quiere que vivas. ¡Vive la vida hoy confiado en que eres el amado de Dios!
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1)
Nuestro Dios es Abba Padre
“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6)
¿Te has dado cuenta de que Dios nunca fue conocido como “Padre” hasta que Jesús vino a la tierra y lo reveló como tal? En una oración a su Padre, Jesús dijo: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:26). ¿A qué nombre se refería Jesús? Todos los nombres de nuestro Dios en el Antiguo Testamento, revelan parcialmente Su carácter, pero el nombre de “Padre” revela plenamente a Dios, pues todos los otros nombres están incluidos en este. Si había algo que el corazón de Jesús anhelaba, era presentarnos a Dios como “Padre” y no solo como Padre, sino como “Abba Padre”, papito, lo cual nos habla de una relación íntima.
En la Biblia, Jesús dijo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque… vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mateo 6:31-32). También dijo:
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11).
Jesús quiere que tengas siempre esta imagen de Dios en tu mente: que Él es tu Abba, Padre. ¿Por qué? Porque él quiere que sepas que no hay nada más importante o muy insignificante para el Padre cuando se trata de sus hijos.
Imagina a un padre jugando con su hijo de cinco años de edad, y de pronto se da cuenta de que hay una astilla incrustada en el pulgar de su pequeño hijo y le pregunta por qué no le contó, y la respuesta es que el hijo veía a su padre muy ocupado y que era algo pequeño.
Una astilla en el dedo pulgar puede ser una cosa pequeña, pero no hay nada demasiado pequeño cuando se trata de tu hijo, porque si le afecta a él, te afecta a ti también. Ahora, no importa la edad que tengas, tú sigues siendo un hijo de Dios, Su niño. No pienses que tu problema es demasiado pequeño. Querido, ¡siempre recuerda que Él es tu Abba, Padre!
El perfecto amor del Padre echa fuera el temor
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo” (1 Juan 4:18)
El temor es una esclavitud destructiva, más aún en días como este. El temor o miedo comenzó cuando el hombre pecó. El temor te paraliza y te impide cumplir el asombroso destino que Dios tiene para ti. El temor te hace sentir inadecuado e inseguro, y viene con efectos secundarios poco saludables que van desde ataques de pánico hasta trastornos del sueño. El temor es irracional. El temor es una condición espiritual, por lo que no puedes razonar el temor. No puedes simplemente decirle a alguien que está luchando contra el temor y atrapado por los ataques de pánico para que simplemente deje de tener temor. Una condición espiritual no puede ser remediada naturalmente. El temor solo puede ser erradicado por un encuentro personal con la persona de Jesús.
Pero quiero que sepas que no es el corazón de su Padre celestial el que vivas atormentado por el temor. No hay temor en el amor de Dios. Su amor perfecto expulsa todos los temores. A medida que su amor inunda tu corazón, todo temor es expulsado de tu vida.
Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. Y claramente este versículo proclama que Dios te ama, y solo cuando sepamos cuánto Dios ama a su Hijo vislumbraremos el amor de Él por nosotros. La longitud, profundidad y la altura de ese amor fue demostrado en la cruz del Calvario.
Recibe la promesa del Padre y sé testigo
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8)
Antes que Jesús ascendiera al cielo, él dijo a sus discípulos “que esperasen la promesa del Padre” (Hechos 1:4). Hay miles de promesas en la Biblia, entonces ¿a qué promesa se refería?
La iglesia primitiva sabía a qué promesa se refería Jesús porque él les había dicho a sus discípulos: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4-5). Jesús se refería al bautismo en el Espíritu Santo que incluía el hablar en lenguas. (Hechos 2:1-4).
Jesús quiere que conozcas el valor de la Promesa del Padre, porque Él dijo: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…” Él no dijo: “Ustedes darán testimonio”, sino “me seréis testigos”. En otras palabras, ¡tu propia persona será un testimonio de Él!
El poder que recibes cuando eres bautizado en el Espíritu Santo es el mismo poder que ungió de tal forma a Pedro que los enfermos eran colocados en las calles para que su sombra cayera sobre ellos y los sanara (Hch 5:15). Incluso los pañuelos y delantales del cuerpo de Pablo estaban tan saturados de la unción del Espíritu que, cuando los tocaban los enfermos, ¡la gente atestiguaba como enfermedades y espíritus malignos salían de los enfermos! (Hechos 19:12).
“Tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que, al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos” (Hechos 5:15)
“De tal manera que aún se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” (Hechos 19:12)
Queridos, el poder que recibes es para ser testigo. ¡Eres un testigo a otros de que ningún problema, tribulación, padecimiento o enfermedad es un rival para el poder del Espíritu en ti! Y esas son las buenas nuevas del evangelio, las buenas nuevas de nuestro Señor Jesús que pueden transformar la vida de las personas.
“Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles…Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hechos 8:1,4-5)
Este tiempo que estamos viviendo no nos puede callar. Es tiempo de proclamar buenas noticias por donde vayas. Es ese evangelio que manifestará poder y traerá salvación a las personas que están viviendo lleno de temor y miedo. Hay poder para salvación en el Evangelio.
“Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (Romanos 1:15-16)