//Pr Eliud Cervantes\\
El Señor es tu buen pastor. El se preocupa por ti. Él está muy consciente de las luchas por las que pasas, luchas con pensamientos negativos, luchas que te hacen sentir deprimido y desanimado. Él sabe sobre las luchas que ni siquiera compartes con las personas más cercanas a ti.
Dios se acerca a ti, incluso en tu desánimo
Hoy, las armas sutiles del enemigo contra la iglesia son las armas del desánimo y la depresión. Afectan a todos, desde líderes, pastores u otro miembro de la iglesia. Estos pensamientos pueden incluso convertirse en pensamientos de amargura hacia Dios. Pero Dios sabe exactamente por lo que estás pasando y no está sorprendido por los pensamientos que tienes y Él te ama.
Vemos esto en la historia del profeta Elías:
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18)
Aquí, vemos que Elías era un hombre que oraba oraciones poderosas con resultados sobrenaturales; sin embargo, también era un hombre con una naturaleza como la nuestra. Él sintió lo que nosotros sentimos, y tuvo las mismas luchas que nosotros. La historia de Elías nos muestra que a Dios le importa e incluso puede usar a un hombre deprimido.
Si eso es lo que estás sintiendo hoy, no es el final. Dios tiene un futuro brillante para ti.
La historia de Elías comenzó en un momento en que Israel había sido dividido en dos reinos. El rey Acab, que era el rey del reino del norte, era un rey malvado. En medio de esta escena oscura, Elías apareció ante el rey Acab:
“Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17:1)
Elías era consciente de la presencia del Señor con él, incluso cuando estaba frente a un rey. Elías pronunció el comienzo de la hambruna en el reino de Israel y duró tres años y medio.
“Y vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Beberás del arroyo; y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (1 Reyes 17:2–4)
En medio de la hambruna, Dios cuidó a Elías llevándolo a un lugar donde todavía había suficiente comida y agua para él. A menudo, queremos que Dios trabaje “aquí” en este momento, pero Dios quiere llevarnos a un “allí”, un lugar mejor, donde nos ha provisto.
“Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo. Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque no había llovido sobre la tierra” (1 Reyes 17:6–7)
El hecho de que el lugar donde te encuentras actualmente se haya secado o no haya frutos visibles no significa que Dios no te haya llamado allí al principio. Hay estaciones y tiempos para las cosas a las que Dios nos llama.
“Vino luego a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (1 Reyes 17:8–9)
Después de que el arroyo se hubo secado, Dios le dio a Elías un nuevo “allí” para que él fuera, donde Dios le había ordenado a una viuda que le proporcionara comida y bebida.
“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 Reyes 17:15–16)
Aunque a la viuda solo le quedaba suficiente para una comida, cuando se la dio a Elías, Dios se aseguró de que ella recibiera mucho más a cambio. Nunca pierdes cuando le das al Señor. Dios envió a Elías allí porque también quería bendecir a la viuda. El almuerzo de un niño, cuando se le da a Jesús, pudo alimentar a más de 5,000 personas e incluso sobró.
Cuando llegó el momento de que terminara la hambruna, Dios en Su misericordia envió a Elías de regreso al Rey Acab, para que pudiera ordenar que la lluvia venga sobre la tierra.
“Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Vé, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 18:1)
Al mismo tiempo, Elías lanzó un desafío a los profetas de Baal para pedirle a su dios que respondiera con fuego. Los profetas de Baal clamaron a Baal desde la mañana hasta el mediodía, incluso recurrieron a cortarse (1 Reyes 18: 26–29) pero no recibieron respuesta. Por otro lado, la oración de Elías duró menos de 25 segundos y Dios le respondió. Algunas veces las oraciones más poderosas son las más cortas.
“Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 Reyes 18:38–39)
“Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye.” (1 Reyes 18:41)
Después del juicio, siempre existe la bendición. Hoy somos bendecidos porque el juicio ha venido sobre nuestro sacrificio perfecto, Jesucristo.
Mantén tus ojos en el Señor y lo que está haciendo detrás de escena
“Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado” (1 Reyes 19:1–3)
Después de una gran victoria y una gran demostración del poder de Dios, Elías se desanimó porque vio que las cosas volvieron a la normalidad, como si no hubiera hecho ninguna marca o diferencia.
Elías, el hombre lleno de fe, que era consciente del Dios invisible e invencible, comenzó a ir por la vista y no por la fe. Y se olvidó del Dios de la resurrección, el Dios de la provisión. Todos nosotros, como Elías, podemos pasar fácilmente de caminar por la fe a caminar por la vista.
“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27)
Este era el secreto de Moisés para sostenerse: vio al Dios invisible. Muy a menudo, vemos las cosas que suceden a nuestro alrededor y nos desanimamos. Estamos atrapados por lo visible. El diablo usa lo visible para atraparnos. Cuando nos obsesionamos tanto con lo que vemos, perdemos de vista lo que Dios está haciendo detrás de escena. Cuando Elías vio lo que estaba sucediendo, olvidó al Dios que primero lo llevó a Querit, olvidó cómo Dios envió cuervos para alimentarlo día y noche, se olvidó del Dios que responde con fuego y la lluvia que siguió.
Incluso si ayer caminamos por la fe más grande, podemos volver a caminar por la vista tan fácilmente. Ningún hombre se salva de esto, incluso los más grandes hombres de fe están sujetos a esto.
Cuando Pedro vio el viento, perdió de vista al Dios vivo que lo estaba llamando a caminar sobre las aguas. Caminar por la vista hará que el mayor de los discípulos se hunda y el mayor de los profetas falle. Esto es cuando a menudo nos encontramos luchando: cuando quitamos los ojos de lo invisible y nos enfocamos en lo visible. Y así nos desanimamos.
“Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4)
En el pasado, Elías oró para que Dios lo guiara y lo siguió a donde el Señor lo estaba guiando. Aquí, Elías se desanimó y corrió por su vida por miedo a Jezabel. En el momento en que apartamos nuestros ojos del Señor, comenzamos a tomar decisiones por miedo. En contraste, cuando quitamos nuestros ojos de nosotros mismos, vemos más del Señor y lo que está haciendo.
Sabes querido hermanos, los líderes pueden fallarnos, los grandes hombres de Dios pueden fallarnos, pero el Señor nunca nos fallará, por eso pon tus ojos en Él y anímate.
No pongas tu fe en el hombre, pon tu fe en el Señor
Dios no te deja cuando estás deprimido o agotado, sino que te cuida personalmente.
“Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios” (1 Reyes 19:5–8)
Entonces, Dios le dio a Elías comida (comida física para que él comiera). Este “ángel del Señor” que se menciona es el propio Cristo en el Antiguo Testamento. EL SEÑOR TE CUIDA Y TE PROVEERÁ DE UNA MANERA PRÁCTICA. Dios sabe por lo que estás pasando. Él sabe que el viaje es demasiado bueno para ti, pero quiere que sepas que te ha proporcionado comida para el viaje, por eso sigue escuchando la Palabra de Dios. Una palabra de Él puede darte fuerzas para continuar. Tienes comida que viene directamente del cielo. La Palabra de Dios te dará fuerzas para el viaje.
En el día de la fe de Elías, las aves y una viuda lo alimentaron; pero en el día de su depresión fue Dios mismo que lo alimento. ¡Aleluya!
A veces, como Elías, no somos guiados, sino que caminamos hacia el valle de la sombra de la muerte. Sin embargo, incluso entonces, el Señor está contigo. Él va al valle contigo.
Llamados para ser testigos
“pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8)
La palabra “testigo” en el original es “martir”. Estos días Dios nos está llamando a ser testigos de Él en este mundo lleno de oscuridad e incertidumbre y para eso necesitamos de ese poder de lo alto. Los radicales libres son aquellos jóvenes que son llenos de ese poder, llenos del Espíritu. Es ahí que seremos testigos donde vayamos.
El profeta Jeremías fue alguien que sirvió al Señor, pero al igual que nosotros, enfrentó muchas dificultades que en algún momento le llevó a querer desistir, no quería acordarse más de él ni hablar en su nombre; sin embargo había un fuego ardiendo metido en sus huesos que le impedía de estar callado.
“Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude” (Jeremías 20:9)
Ese fuego ciertamente se refiere al Espíritu de Dios en nuestras vidas. La gran diferencia que hizo en los discípulos de la Iglesia primitiva fue efectivamente eso: todos fueron llenos del Espíritu Santo, y la palabra de Dios nos dice que inmediatamente “comenzaron a hablar en lenguas”.
La consecuencia de ser lleno del Espíritu es que comenzaremos a hablar y nada nos podrá callar. Absolutamente nada. ¡Aleluya!